25.2.10

Guionistas simplones. Hoy, Michael Haneke







Viendo el otro día “La cinta blanca” tuve un montón de sensaciones encontradas. Las dos principales, habitualmente incompatibles, eran el sueño y la indignación. Durante la película el sueño se impuso temporalmente. Después de la peli ha sido la indignación la que ha ocupado el puesto principal.

Los que quieran ver esa película sin nada que les perturbe, que no lean más allá de este punto, por favor.

Hace poco, tanto el Pianista como el Hastiado escribían aquí en contra de los guionistas que piensan sus guiones como maneras de exponer sus opiniones sobre el mundo. Pues bien, yo diría que Haneke es uno de ellos.

Reconozco que no tengo tanta aversión como mis compañeros contra los directores o guionistas que pretenden transmitir su visión de la realidad. De hecho, creo que, en gran parte, para eso escribimos historias. O posts en blogs, un domingo por la noche, en Pamplona, esperando que alguien los lea el día siguiente. Pero eso sí, si un autor considera necesario convencerme de alguna tesis que le es muy querida, me gustaría que, preferiblemente, lo hiciera tratando de respetar mi inteligencia, es pequeñita pero bastante susceptible.

Vuelvo con este señor austriaco cuyo sentido del humor, por cierto, sigue tras el mostrador de Objetos Perdidos de la Estación de Viena, esperando a que el bueno de Michael intente recuperarlo.

Haneke nos presenta un pueblo de Alemania, unos veinte años antes del triunfo del nazismo. Lo que parece una aldea idílica resulta ser una especie de parque temático del terror. Tras cada puerta hay un padre maltratador, un violador, un fanático religioso o un tirano. Las víctimas de ese grupo de hombres fanáticos suelen ser mujeres y, sobre todo, niños que, en casi ningún caso parecen ser muy inocentes. Nada más comenzar la película, de modo misterioso, comienzan a sucederse en el pueblo ataques que tienen algo de arbitrario e indiscriminado. El maestro del pueblo, narrador y único personaje masculino moralmente decente, aunque nada heroico, cree averiguar que tras estos terribles ataques, de los que son víctimas algunos de los más débiles del pueblo, están los niños del pueblo. Las acusaciones del profesor caen en saco roto y los diabólicos niños, protegidos por sus padres, acaban saliéndose con la suya. Como hace ver el narrador en un par de momentos, esos niños, unas décadas más tardes, formarán y apoyarán al partido nacionalsocialista.

Posiblemente nada me indignaría en esta película si no se presentara a sí misma como una película que trata de explicar lo sucedido en el país años más tarde. Varias críticas han relacionado a esta película con “El pueblo de los malditos”, una estupenda película de ciencia ficción en la que un pueblo empieza a ser aterrorizado por grupos de chicos diabólicos.

Estoy seguro de que los más sesudos críticos son capaces de hacer profundas interpretaciones de esa película, pero “El pueblo de los malditos” no se presenta como un estudio realista sobre lo malsanas que son las relaciones familiares en el mundo rural. “La cinta blanca”, en cambio, se toma a sí misma muy en serio y se presenta como un intento de explicación del nazismo. Y eso es algo bastante ambicioso. Veamos en qué consiste esa explicación.

A grandes rasgos, la película defiende que fueron los padres y antepasados de los nazis quienes, con su maltrato, su fanatismo e intolerancia alumbraron a una generación de psicópatas, culpable de los crímenes del nazismo. Como dice la crítica del NyTimes, con la que no puedo estar más de acuerdo, Haneke parece haber encontrado el verdadero motivo del ascenso de los nazis: no se trata de la derrota en la primera guerra mundial, ni de las durísimas condiciones impuestas a Alemania tras ella, tampoco del empobrecimiento general del país, ni de la precariedad de la República de Weimar, olvida los escritos de los intelectuales racistas o la habilidad demagógica de Hitler, la causa del ascenso de los nazis es… que los alemanes de aquella época habían sido maltratados por sus padres.

¿Para qué detenerte a estudiar la realidad, para qué leer libros de historia si tu libro de “Introducción a la psicología básica” te da una respuesta?

Lo que nos muestra Haneke en su película, ese comportamiento fanático e insensible de los padres respecto a los hijos, lamentablemente no fue exclusivo de la Alemania de los años 20. Sin embargo, sí fue en ese país en el que, unos años más tarde, sucedió el Holocausto, el intento de exterminio sistemático de una raza.

Con un estilo muy elegante y elíptico, Haneke acababa proporcionándonos una respuesta vaga e incompleta a unas preguntas que atormentan al mundo, y sobre todo a Alemania, desde hace más de setenta años.

¿Por qué existió el nazismo? ¿por qué se quiso exterminar a una raza entera? ¿por qué a ésa concretamente? ¿de todo el mundo, por qué tuvo que suceder en Alemania? ¿qué pasó entonces y qué podemos hacer para que algo así no vuelva a suceder jamás?

Me parece que todas estas preguntas son suficientemente serias como para merecer una respuesta más rigurosa que la que nos brinda “La cinta blanca”. Tal vez exagere, pero suelo pensar que las respuestas erróneas nos alejan de la verdad y nos acercan un pasito más al error y, por lo tanto, a la posibilidad de volver a caer en él.

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16.2.10

Carta a un guionista en paro o nadando en la tormenta perfecta (II)

Os decía en mi post anterior que me ocurrió algo al ver “Up in the air”.
Ya sabéis que la peli va de un hombre, interpretado por George Clooney, que se gana la vida despidiendo a gente de ciudad en ciudad de Estados Unidos. La película ha sido muy oportuna, al tratar un asunto que está en las portadas de todos los periódicos del mundo actualmente: crisis, despidos, subsidios de desempleo... Muchos de los despedidos que aparecen en pantalla son personas que han pasado por esa experiencia recientemente y mencionan al final que, después de todo, hay otros aspectos de su vida que son mucho más importantes que ese empleo que acaban de perder y que, sin ellos, sí que se encontraría perdidos o… en el aire.
Esas entrevistas son emocionantes, sí, pero, creo que lo que de verdad me tocó vino más tarde, sobre los títulos de crédito. De pronto, después de una (en mi opinión) poco memorable canción de Graham Nash, comienza a sonar el típico ruido propio de una (muy mala) grabación doméstica. Luego, la voz de un tipo que se presenta, en inglés, y dice algo tipo: “Hola, Jason (por Reitman, el director de la película), me llamo Kevin Renick, me han despedido hace poco y he grabado esta canción, a ver si puedes meterla en tu peli. Se titula “Up in the air” (En el aire)". A partir de entonces, comienza a tocar esta canción.



No me parece una gran canción - repite tres acordes todo el rato y se hace un tanto larga - pero creo que hay algo muy conmovedor en ella, al menos lo hubo para mí. Tal vez sea la voz, tal vez la letra, tan expresiva y tan sencilla. La historia que cuenta el tal Renick trata de un hombre que ha perdido su empleo e intenta lidiar con la incertidumbre, con la precariedad de su exterior, pero también la de su interior.
Me imaginé a ese tipo de St Louis que, perdido su trabajo, graba una canción y se va con una grabación cutre a ver un coloquio con el director de moda y a colocarle, al final de todo, la cinta, el CD o lo que sea, con la vana esperanza de que la meta en una película. Todo esto me hizo pensar en un concepto psicológico que había escuchado hace tiempo: la plasticidad.
Según leo en la Wikipedia, la plasticidad neuronal viene a ser la capacidad que tiene las neuronas de cambiar sus interconexiones dependiendo de los estímulos externos. Estas conexiones, y su huella, son las que configuran la cosmovisión, la visión del mundo, que tiene cada individuo.
Cuando un individuo sufre un cambio profundo en su vida, de pronto, el exterior le somete a un desafío. Tiene que tratar de adaptarse a unas condiciones que, bruscamente, son otras. Su antigua cosmovisión resulta inútil y sus neuronas tienen que volver a conectarse, de otra manera, tratando de llegar a un nuevo equilibrio, a una situación que permita al individuo forjarse nuevas herramientas para comprender el nuevo entorno en el que está, es decir, llegar a una nueva cosmovisión.
Esta crisis nos está arrojando a muchos a un terreno de incertidumbre. Valores que se tenían por seguros, que configuraban nuestra visión del mundo hasta ahora, se tambalean: ¿realmente alquilar es tirar el dinero? ¿es la compra de una casa realmente una inversión segura? ¿es lógico que los ahorros que tardamos una vida en amasar vayan a invertirse en productos financieros que, ni siquiera los gestores saben exactamente en qué consisten? ¿no debería haber gastado mi dinero en un viaje en lugar de invertirlo en aquellos sellos teóricamente tan rentables? ¿Se ajustan los pagos mensuales y regulares que tendré que hacer durante veinte años para pagar esta casa con el inestable trabajo de guionista con el que pretendo ganarme la vida? ¿Debo prescindir de lo primero o de lo segundo? ¿Qué puedo hacer ahora que ya no hay marcha atrás, ahora que no tengo curro y… está entrando por la puerta el piano de cola que encargué cuando me dijeron que renovábamos?
Creo que esta crisis nos va a cambiar la manera de ver el mundo. Posiblemente ya lo está haciendo. Creo que esta crisis nos va a arrojar a un lugar que podemos llamar… Argentina.
Sí – con el debido respeto – en mis viajes a Argentina me ha dado la impresión de que ese país vive instalado en una crisis permanente, si me permitís la contradicción. Las cosas no acaban de funcionar allá, la burocracia es penosa y las empresas siempre parecen al borde de la bancarrota. Pero, junto a todos esos desastres, está la vida, la gracia, la creatividad más desbordante y el ingenio más pícaro. Parece que no hay argentino que no lo conozca todo, que no tenga una sociedad limitada a su nombre, siete proyectos teatrales, una columna de opinión en una prestigiosa revista y capacidad para escribirte un guión en un fin de semana, todo eso, sin dejar de arreglarte la lavadora por sólo unos pesos.
Esta precariedad en la que vamos a instalarnos durante unos años, va a sacar nuestro lado más ingenioso, va a hacer que espabilemos y que tomemos decisiones drásticas que, tal vez, llevábamos cierto tiempo aplazando. Ahora podemos permitirnos ser más valientes porque… ahora tenemos mucho menos que perder.
Por hablaros de mi caso, desde que estoy en el paro, me he puesto con la posproducción de ese corto a medio acabar, también he aclarado las cuentas respecto a su financiación y me he llevado alguna sorpresa, me he aventurado en el hasta ahora desconocido supermercado DIA de la calle Trafalgar, me he informado sobre la evolución de ese juicio contra el portero que por poco me mata, esperando cobrar una indemnización de una vez, he empezado un videoblog que me está ocupando más tiempo del previsto pero, a la vez, me está haciendo aprender unas cuantas cosas, me he preinscrito en un taller de cine impartido por Albert Serra, me he presentado a dos ayudas públicas, estoy escribiendo un guión de largometraje y… he vuelto a sacar un libro de la biblioteca pública (eso sí, no he sido capaz de leer más allá de la mitad). Además, gracias al paro, estoy teniendo el tiempo de poder escribir estos extensísimos posts en un sitio que tiene siete veces más visitas que mi propio blog.
Kevin Renick tomó la guitarra, persiguió a un director con una grabación muy cutre, yo me he puesto a escribir un largo y a denunciar a un portero . Posiblemente tú estés escribiendo un corto, leyendo guiones de tus amigos, dibujando un story o haciendo un curso de After Effects. A nuestra manera, posiblemente patética, todos estamos intentando adaptarnos a las nuevas condiciones. A toda velocidad, nuestras neuronas están estableciendo diferentes conexiones, buscando nuevas fuentes de ingresos, resucitando proyectos que aparcamos por “poco prácticos”, cuestionando valores que nos fueron transmitidos por las anteriores generaciones… Estamos renunciando a cosas que valorábamos y dándonos cuenta de que podemos incluso comprar en el DIA sin sufrir por ello secuelas irreparables. Todos estamos intentando ser plásticos. Esperando que llegue nuestra oportunidad, pero, a la vez, creando las condiciones para que ésta llegue. Poco a poco, seremos capaces de mirar a la incertidumbre que nos rodea con más curiosidad y menos miedo. Cada vez veremos más clara la rendija por la que podemos introducirnos, el hueco en el que podemos estar cómodos. Por que esa es nuestra gran ventaja: somos inteligentes, es decir, podemos cambiar.

(P.D.: Siento el retraso en publicar esta entrada. Anoche estuve viendo una lección práctica de adaptación inteligente y plástica a la crisis: sí, esta edición de los premios Goya).

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9.2.10

Carta a un guionista en paro (I) o nadando en la tormenta perfecta

Querido amigo imaginario, sé que estás en paro porque hemos intercambiado mensajes últimamente. Tú me comentabas que habían cancelado tu serie y pedías, con humor, que te tuviera en cuenta si me enteraba de alguna oferta de trabajo. Yo te contesté, también intentando un par de chistes malos, que te tendría en cuenta, por supuesto, pero que… yo también estaba en paro desde hace unos meses y que, realmente, no tenía perspectiva alguna de encontrar trabajo.

Las cosas no están del todo bien en nuestro sector. No lo están en ninguno. Vivimos en una época algo revuelta. El paro crece hasta niveles espectaculares y nadie parece tener claro qué hay que hacer para arreglarlo. Casi todos los que ofrecen soluciones han tenido mucho que ver en la creación de los problemas.

Los medios de comunicación, con su tendencia a informar, sobre todo, de los hechos más espectaculares y negativos, amplifican las malas noticias con algo que se parece sospechosamente al regodeo. Esta semana se hablaba del impresionante desplome de nuestra bolsa. De la posibilidad de que nuestro país entrara algo llamado el ojo del Huracán, donde, al parecer ya está Grecia.

Además del aumento del paro, en los últimos meses se han desplomado prácticamente todos los mercados, financieros o no. Da igual dónde hayas metido el dinero, ahora mismo es difícil que puedas recuperar lo invertido. Los guionistas, como casi todos los que trabajamos en este sector, alternamos periodos de trabajo con épocas de paro bastante largas. Acostumbrados a estos vaivenes, tal vez estamos un poco mejor preparados que los trabajadores de otros sectores para afrontar la incertidumbre pero, lamentablemente, esta crisis ha penalizado a los más prudentes y ahorradores. Si invertimos el dinero que ganamos en aquella serie en comprar acciones, vendiéndolas ahora mismo posiblemente obtendríamos mucha menos pasta de la que metimos en su momento. Si, en vez de en acciones, la invertimos en pagar parte de una casa, seguramente tenemos la impresión de que esa vivienda tardará muchísimo tiempo en volver a costar lo que estamos pagando por ella. Esto se llama efecto pobreza (contrario del efecto riqueza): no es que tengamos menos dinero que antes, pero, eso sí, tenemos la sensación de que, para recuperar esa cantidad tendremos que esperar mucho tiempo. Esta percepción nos condiciona en nuestros gastos incluso aunque las condiciones objetivas de nuestra vida apenas hayan cambiado (por ejemplo, si seguimos manteniendo nuestro empleo con el mismo sueldo).

Si la situación es grave en todos los sectores, en el audiovisual, hay, si cabe, una sensación de aún mayor precariedad. Han coincidido una serie de factores propios casi de una tormenta perfecta.

Empecemos por la tele. Ahora mismo, el modelo de televisión privada que, desde hace 20 años, y pese a muchísimos defectos, ha permitido impulsar la ficción nacional y, de paso, la profesión de guionista hasta unos niveles nunca vistos en España, está en crisis. La crisis económica general (con la caída de ingresos publicitarios), el inminente apagón analógico y la introducción de la TDT además de la eliminación de la publicidad en la televisión pública, han convulsionado el status quo.

Las audiencias de las cadenas privadas, que ya iban a la baja, se han resentido con la competencia de esta nueva TVE sin publicidad, afectando a su valor en bolsa y haciendo cada vez menos rentables las producciones de ficción propia. En audiencia, las grandes beneficiadas por este doble movimiento han sido la televisión pública y las cadenas de TDT. Sin embargo, por el recorte presupuestario de la primera y el pequeño tamaño de las segundas, estas cadenas apenas van a producir series de ficción próximamente, al menos no series como las que se han realizado en los últimos años.

Por si hiciera falta añadir algo más de incertidumbre al conjunto, las cadenas privadas, debido en gran parte a la crisis económica (caída de ingresos publicitarios) y las desmesuradas inversiones realizadas en tiempos de bonanza, han entrado en un frenético proceso de fusiones y cambios de directivos. Por asentada que esté la serie en la que estés trabajando, seguramente ya te está tocando sufrir las consecuencias de todo esto. Pero aún hay más, la súbita decisión de eliminar la publicidad de TVE se “paga” con un canon cobrado a las empresas de telecomunicaciones. Pues bien, este modelo de financiación está siendo investigado por la Comisión Europea. Es decir, que existe la posibilidad de que, cuando estemos acostumbrándonos a un nuevo modelo… éste vuelva a tambalearse. Toma incertidumbre.

Si el panorama televisivo suena mal, el del cine es aún peor. A la ya clásica dificultad de muchas películas españolas para conectar con el público, es decir, a financiarse por la taquilla, se unen unos cuantos problemas más. Vamos por partes: la orden ministerial que desarrolla la ley del Cine está siendo muy discutida ya que, según los críticos, pone en peligro la subsistencia de la “clase media” del cine español. Las quejas sobre la financiación obligatoria del cine por parte de las cadenas de televisión privadas siguen cuestionadas por éstas. Si le sumamos además la proliferación de descargas de Internet (cada vez más rápidas y más alejadas del “intercambio de archivos”), las dudas sobre la nueva ley que tratará de regularlas y la puesta en cuestión casi diaria de los derechos de autor, de su modelo de su gestión y de las entidades que los gestionan, nos encontraremos con que prácticamente todas las vías de ingresos del cine español y sus profesionales están estranguladas o a punto de estarlo.

Bien, hasta aquí el repaso del negro panorama, de la tormenta perfecta.

Como imagináis, no estoy escribiendo este post para conseguir que mi imaginario colega en paro se lance al vacío desde el Viaducto. No es mi intención conseguir un puesto de trabajo por eliminación de todos los demás guionistas. Lo que he escrito hasta ahora es un diagnóstico de la situación, tremendo pero no tremendista. Creo que cualquier colega razonablemente informado puede llegar a conclusiones parecidas a las que acabo de exponer.

Sin embargo, este viernes, después de escuchar a Juan José Millás quejarse en la radio del mensaje catastrofista de los medios y, sobre todo, después de ver la película “Up in the air” de Jason Reitman, me pareció ver un poquito de luz en todo este negro panorama. Me gustaría hablaros sobre esto la semana que viene. Espero que todos sigáis ahí, que nadie haya decidido acabar con su vida antes de que publique la continuación de estepost. Aunque sólo sea por leerme, por favor, aplazad momentáneamente esa decisión. Creo que merecerá la pena.

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2.2.10

La situación laboral del guionista (II) o Lo que me dijo Domínguez

Al principio pensé que sí. Que el abogado tenía razón. El aspecto de Domínguez no era el de una persona sutil o excesivamente perspicaz. No recuerdo cómo vestía, pero sí sé que era un tipo grande, pesado. Creo que llevaba gafas y que se las quitaba con cierta frecuencia, pero tal vez nunca las llevara.
Yo estaba en el despacho de Domínguez para declarar sobre mi trabajo en la productora Grundy, que estaba siendo inspeccionada. Estaba algo nervioso, pese a que no tenía queja alguna del trato que había recibido durante el tiempo que trabajé en “Yo soy Bea”. No sé si Domínguez percibió mi nerviosismo o no, pero su actitud inicial me tranquilizó completamente. Me dijo que todo lo que contara en ese despacho sería absolutamente confidencial y que nada sería utilizado en mi contra. Era la empresa quien estaba siendo sometida a una inspección de trabajo, no yo.
Domínguez me dijo que el sector audiovisual ha estado durante muchos años algo olvidado por la inspección. Ahora ha comenzado una serie de revisiones a las grandes productoras y el resultado, según Domínguez, está resultando sorprendente y desalentador. El propio Domínguez había estado en los platós de varias series y había quedado sorprendido, entre otras cosas, por la innovadora interpretación de la normativa de seguridad laboral que hacían las productoras: mobiliario por todas partes, escasez de medidas de seguridad, puertas de incendio bloqueadas por elementos de decorado…
Yo escuchaba estas explicaciones sin gran sorpresa, yo también veo los platós como grandes hangares helados y llenos de muebles.
Sin embargo, Domínguez pronto pasó a un tema del que yo sabía más: los guionistas y sus contratos. El abogado de Grundy me había prevenido: este Domínguez no tiene ni idea de este sector. “Cuando menciones una escaleta, se pensará que estás hablándole de algún tipo de accesorio de alpinismo” –vino a decirme. No fue así. Tal vez porque ya había interrogado a otros guionistas y éstos le habían instruido, el propio inspector me hizo un resumen básico pero exacto de la división de trabajo entre argumentistas, escaletistas y dialoguistas. También estaba al tanto de la existencia de los coordinadores de guiones, de los editores y de sus respectivas funciones.
Domínguez hablaba con un tono algo brusco, pero nada acelerado. Las pausas entre frases, incluso entre palabras de la misma frase, permitían intuir el proceso de esa mente, no demasiado veloz, pero sí exacto e imparable.
Fue haciéndome unas cuantas preguntas sobre mi trabajo en la serie, ¿quién me contrató? ¿cada cuánto iba a las oficinas? ¿y al plató? ¿trabajaba en otras series a la vez? ¿recibía órdenes para corregir las escaletas o guiones? ¿de quién? Fui contestando a todas ellas sin problemas ni nervios.
Domínguez pareció satisfecho con el interrogatorio y se permitió un par de comentarios personales sobre el número de insultos y tacos que aparecían en la ficción nacional. Consideraba el número bastante excesivo, por cierto. Yo me mostré de acuerdo. Aunque nuestras opiniones no eran demasiado válidas porque también compartíamos un pequeño pecado; apenas veíamos ficción nacional.
Antes de acabar, Domínguez me comentó cuáles eran sus conclusiones de la inspección a la empresa. Iba a proponer una sanción a la productora por las diversas infracciones que vio en el plató pero también, y ésta es la parte que afecta a los guionistas, por contratar como autónomos a empleados que, en su opinión, debían ser contratados por cuenta de la empresa.
¿Incluso los dialoguistas, que están en sus casas? – pregunté. Domínguez asintió: el lugar en el que se desempeña el trabajo, o el material que se emplea, no es lo que determina si un trabajador es autónomo o no, me respondió. Y menos en estos tiempos de Internet y teletrabajo. Lo importante es si uno está desempeñando un trabajo que tenga que ver con el núcleo de la actividad de la empresa, si es una labor continuada, subordinada a unas jerarquías, y con unos plazos de entrega específicos. Si, además, durante el tiempo del contrato, el guionista trabaja para esa productora en exclusiva, ese trabajador debería estar dado de alta por la empresa, como cualquier otro.
Incrédulo, le pregunté si eso quería decir que nosotros no tendríamos que pagar por nuestros seguros sociales, nuestra cotización de autónomos mensual. Domínguez replicó que sólo pagaríamos la pequeña parte que le corresponde al trabajador cuando está empleado por cuenta ajena. La productora se ocuparía de cotizar por esa persona. El guionista gozaría entonces de subsidio de desempleo, cosa de la que carecen por ahora los autónomos, días de vacaciones pagadas, pagas extra y finiquito en el caso de extinción de contrato. ¿Como si fuéramos currantes normales? Domínguez asintió: es que sois trabajadores normales. ¿Incluso los dialoguistas? – pregunté, ya de pie, a punto de irme, sin dejar de imaginar esa fantástica Arcadia que ese hombre de aire rudo me había descrito en un instante. Domínguez asintió de nuevo, con una sonrisa. Dijo que, en breve, iba a emitir el resultado de su inspección, con la correspondiente propuesta de sanción. También dijo que Grundy no sería la última productora que él inspeccionara.
Cuando salí de ese despacho de la calle Ramírez de Arellano, unos minutos más tarde, aquél tipo tosco y algo lento, el hombre que rebuscaba constantemente entre sus papeles y opinaba que el vocabulario de las series que escribimos es un tanto soez, vamos, el señor Domínguez, se había convertido en mi héroe.
Tal vez en el futuro la situación laboral del guionista deje de ser ésta. Tal vez sea un poquito mejor… gracias a un tipo llamado Domínguez.

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