27.11.09

Encanto

Este verano, en Shanghai, un día que llovía mucho, decidí quedarme en casa de Ines, la amiga que me acogía, en lugar de dar vueltas por la ciudad bajo el agua como un turista tonto, actividad que había desarrollado brillantemente la víspera.

Abrí mi correo electrónico y ahí estaba: la última versión de un guión de largometraje, enviada por un amigo que iba a comenzar a rodarlo en unas pocas semanas. Poco antes de salir de viaje, mi amigo había cometido la insensatez de ofrecerme un pequeño papel en esa película. Yo había cometido la insensatez de aceptarlo antes de leer el guión.

Esa mañana, mientras caían chuzos de punta en la Concesión Francesa y los chinos corrían de un lado a otro, protegiéndose de la lluvia con periódicos, leí aquella pequeña y preciosa historia de amor que tenía mucho que ver con la vida de ese amigo que, dejémonos ya de elusiones, se llama Jonás y es hijo de Fernando Trueba. En cuanto acabé el guión me di cuenta de que el único insensato había sido él.

A la vuelta a España, pasé varias semanas a la sombra, literalmente, para no ser el único bronceado en unas secuencias que se rodaban en verano, pero sucedían en el invierno de la ficción. Todo lo pálido que pude y tras perder un tren, me incorporé al rodaje, que tenía lugar en nuestro nuevo Hollywood: Alicante.

Ahí esperaba ver a un chico de veintisiete años, que solamente había dirigido un corto (y hacía unos cuantos años de ello), enfrentándose a su primer rodaje serio, tratando de imponer su visión de la película a un equipo técnico resabiado y escéptico mientras se resistía a las presiones de un productor tacaño y entrometido. Lo que me encontré no tuvo nada que ver. Sí, ahí había un chico de veintisiete años dirigiendo un largometraje, pero lo hacía como si no se hubiera dedicado a otra cosa en su vida. Ahí estaba, bailando al ritmo de la música detrás del cámara mientras se rodaba un plano en aquella discoteca llena de figurantes estrafalarios. Un chico de veintisiete años que se permitía cambiar la planificación de las secuencias si, de pronto, algo no le convencía, sin sentirse tenso porque eso provocara un cierto retraso en las previsiones de rodaje. Un chico de veintisiete años que no sólo permitía a los actores improvisar, sino que se lo exigía y, casi siempre, acababa prefiriendo las tomas en las que más había inventado el actor. Un tipo que, después de las jornadas de rodaje, mientras todos pensábamos en volvernos inmediatamente a dormir al hotel, se quedaba a ayudar a cargar el camión de vestuario.

Algunas noches, cuando llegaban los DVDs con el telecine de las secuencias rodadas la víspera, Jonás nos reunía a varios actores y técnicos en su habitación del hotel para verlas. Fue viendo a Oriol y Bárbara conversando en un bar (alicantino en la realidad, madrileño en la ficción) cuando me di cuenta de que aquella película estaba rodada en estado de gracia. Jonás había conseguido eso tan extraño, tan difícil de definir y más difícil aún de conseguir que se llama encanto.

“Todas las canciones hablan de mí” no está aún terminada, así que no he podido ver el montaje definitivo. Sin embargo, el mismo tipo de encanto, el mismo tipo de amor por la libertad y el riesgo que vi en esas secuencias del bar están en “El Baile de la Victoria”, la película que Jonás ha escrito con su padre.

(Tal vez por su tono poco realista) es una película extremadamente fácil de atacar. Algunos críticos lo han hecho. Incluso, durante los primeros minutos, yo fui de la misma opinión: el protagonista me irritaba y sólo la presencia de Darín me resultaba soportable. Luego, poco a poco, la película me atrapó. Acabé entusiasmado por el personaje que minutos antes aborrecía y... emocionándome. Sí, lloré. El otro día, en Lisboa, Robert McKee nos decía que la respuesta del público a una comedia es indudable: si ríen, la comedia es graciosa. Pues si lo que pretendía “El Baile de la Victoria” era emocionar, sólo puedo decir que conmigo lo logró.

Estoy seguro de que sentiré algo parecido cuando se estrene “Todas las canciones hablan de mí”, eso sí, si me lo permite ese espantoso actor de las ojeras azuladas.












Aquí, una estupenda entrevista de Jonás a su padre, hablando sobre su colaboración en "El Baile de la Victoria" y de muchas cosas más. (Me he permitido tomar la foto de Thomas Canet que la acompaña). Aquí, aquí y aquí tres posts de Jonás sobre su visita al rodaje. Aquí otro en el que habla brevemente sobre la experiencia de dirigir "Todas las canciones hablan de mí".

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22.11.09

Lisboa. Día 3

Van creciendo las ojeras: el bueno de McKee nos lleva a un ritmo endiablado y, un domingo grisáceo en Lisboa, volvemos a madrugar y a atravesar la inhóspita Praça de Espanha en dirección al Teatro Aberto para la última sesión.

Pero a Félix y a mi esta sesión sobre las historias de amor nos interesa especialmente: estamos trabajando en guiones de este género (Félix va mucho más avanzado que yo. Yo apenas tengo una idea que parecía muy clara aquella noche, en el albergue de Pekín y, desde entonces, ha ido desdibujándose).

Comienza McKee por recordarnos lo importante del amor. Recoge una cita de Graham Greene que, al final de su vida, después de haber alcanzado la gloria como novelista, dramaturgo y guionista, sólo lamentaba "no haber tenido ninguna relación significativa con algún ser humano".

Después, abunda Mc en lo moderno del amor romántico, concepto procedente de la literatura medieval. Los tópicos que desde entonces se hicieron comunes: que sólo existe un auténtico amor en la vida, que éste se reconoce a primera vista, que es mejor guiarse por el corazón y que este amor, si es verdadero, superará todos los obstáculos. Llama la atención que todo esto que damos por sentado sea un "invento" relativamente reciente. Básicamente, el hombre ha idealizado de ese modo su necesidad de sexo y perpetuación.

Por cierto, McKee sabe de lo que habla cuando habla de amor: luego nos confesará que se ha casado cuatro veces (¿o tres? Llevo un buen rato buscando corroborar este dato en la red y sólo he llegado a tres matrimonios. De paso, he encontrado dos interesantes artículos sobre el gurú: aquí y aquí). El último matrimonio ha sido con una mujer que durante años ha llevado una talla de sujetador demasiado pequeña (sí, esto también lo cuenta). Por el bien de su matrimonio esperemos que sea esa asiática bastante más joven que él con la que se besa en las pausas.

Según McKee hay tres elementos indispensables en todo amor: pasión, compromiso e intimidad (en el sentido de relaciones íntimas).

Los subgéneros de historia de amor se dividirán según hagan hincapié en cada uno de estos aspectos: si se centran en la pasión estaremos ante una Tragedia Romántica en la que el amor excesivo lleva a la destrucción (“Vértigo” sería un ejemplo), si se centra en el compromiso, nos hallaremos ante un Romance (al estilo de las novelas de Jane Austen) y, si de lo que se habla es de la relación íntima de una pareja, ante un Drama Romántico que trata de los problemas de mantener una pareja: infidelidades, etc. (ejemplo: “Breve encuentro”). Los equivalente cómicos de estos tres subgéneros serían respectivamente la Farsa sexual, la Comedia romántica y la Comedia de matrimonios.

Espero que alguien haya sacado algo en claro del párrafo anterior: yo no acabo de tener muy claro en qué cajón meter “La guerra de los Rose”, por ejemplo, pero tampoco me preocupa demasiado.

McKee pasa después a dar algunas convenciones del género.

Las diferencias entre sexos es la primera. Aquí nos metemos en un terreno pantanoso (y, para preservar mi integridad física, repito que lo que transcribo es opinión del gurú): los hombres están obsesionados con lo físico, con el aquí y el ahora y sus conflictos suelen ser con el exterior, con el entorno. Las mujeres, en cambio, están siempre planeando el futuro, obsesionadas con lo metafísico. Se crean un amante ideal y buscan a alguien que encaje en ese molde. Por eso – dice McKee – siempre acaban decepcionadas.

Otras convenciones menos espinosas que suele tener toda historia de amor: El encuentro entre los amantes, que suele ser el detonante de la historia de amor, lógicamente.

Las fuerzas que se oponen a la historia de amor: presiones sociales, familiares… o, simplemente, la mala suerte.

Los rituales compartidos por la pareja, la imprescindible confesión de amor y el beso clave, el beso que demuestra lo indudable de ese amor. McKee se extiende con otras convenciones pero… si queréis saberlas, os tendréis que ir a su curso (y tomar notas más completas con las mías, por cierto).

Tras comer a toda velocidad en un restaurante chino cercano (lo único aberto cerca del Teatro Aberto), McKee disecciona ante nosotros “Los Puentes de Madison”. Ya os dije que es una película que tiene el poder mágico de hacerme llorar. Todas y cada una de las veces que la veo. Esta ocasión, llena de interrupciones para comentar la historia, en una butaca medio incómoda y después de ocho horas de conferencia, no fue una excepción. Lloré. Poco, pero lloré. Sin embargo, no me avergüenzo. No fui el único: el propio McKee se sorbió las lágrimas ruidosamente. Y, aún emocionado se despidió de nosotros. Todos le aplaudimos, en pie. McKee respondió con una leve inclinación, como la de un actor después de una representación. Uno puede ser escéptico ante estos gurús del guión (y creed que yo lo soy) pero, por estéril que te haya resultado el curso, u obvias que te parezcan sus enseñanzas, es difícil permanecer indiferente ante el esfuerzo de este hombre que, casi a los setenta años, ha encontrado el papel de su vida: ser maestro de guionistas y parece dispuesto a interpretarlo hasta el final, apasionadamente.

Y, ya que hablamos de esfuerzo y pasión, una vez en el hotel, Félix y yo comprobamos cómo suele concluir una bonita historia de amor (subid el volumen de vuestros altavoces, please).



P.D. : Brian Cox interpretando a McKee en "Adaptation" aquí todas sus secuencias en castellano. Aquí, en inglés, la secuencia inicial (no he podido encontrar la segunda). Por favor, ¡no os las perdáis!

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18.11.09

Lisboa. Día 2

(Siento el retraso en la publicación. Problemas técnicos).
Para los despistados: este no es el mismo seminario de Robert McKee, no es "Story" sino uno nuevo sobre los géneros. Por ahora no ha escrito los libros correspondientes a estos cursos pero tiene previsto hacerlo en breve: habrá un libro por cada género tratado. Nos repitió varias veces que había firmado un contrato con Random House que los va a editar en U.S.A. (Está claro que la crisis le ha afectado de lleno. Si le pagaran bien, este hombre se escribiría hasta la Enciclopedia Larousse).
Lo primero que llama la atención del día de la comedia es que McKee aparece con zapatillas de deporte y aspecto mucho más informal. A lo largo de todo el día se desenvolverá con soltura y bastante gracia. En algún momento de la sesión confiesa haber hecho stand up comedy durante bastante tiempo. Sin embargo, su sentido del humor no es el típico autodegradante de cómicos estilo Woody Allen, sino más bien el de un buen orador que trufa su discurso con un par de buenas bromas probadas ya en siete convenciones y tres banquetes benéficos.
El único chiste que no le funciona (pese a su insistencia) es llamar "slut" (puta) a Lady Di. No, no resulta gracioso. Nadie ríe. McKee no había contado con el tradicional apego de los portugueses por las monarquías ridículas.
McKee dice que la comedia es un género odiado por los críticos, por que no les da mucho juego: si la gente se ríe, la comedia funciona. En caso contrario, por mucho que se trate de explicar las razones del gag da igual: no es bueno porque nadie se ríe.
Si te interesan los conflictos internos de los personajes, si quieres crear seres complejos, la comedia no es tu género. Dedícate al drama o la tragedia. La comedia es un género que exige claridad y está especialmente interesado en la vida social, en el contraste entre un personaje y su entorno social. De hecho, muchas veces el conflicto de una comedia reside en el desfase entre la esencia de un personaje y su imagen pública.
McKee insiste también bastante en que la comedia es el género de los cabreados. Según él, el cómico es un idealista enfadado por lo imperfecto que es el mundo que se desahoga de un modo socialmente aceptable: provocando risas.
Por primera vez, McKee utiliza secuencias aisladas de películas para mostrarnos ejemplos de algunos recursos cómicos: el malentendido, la trivialización de lo importante, la exaltación de lo trivial, la caricatura, el absurdo, el running gag. También incluye una secuencia de "Evan Almighty" como ejemplo de como no hacer una secuencia de humor. Sin embargo, alguno de los ejemplos positivos tampoco parecen muchísimo mejores. Siento decir que, en mi opinión, McKee podía haberse esmerado un poco más con los "clips". Sin embargo, algunos son infalibles, por ejemplo, varias secuencias antológicas de "Algo pasa con Mary" (una de mis favoritas es este malentendido en un interrogatorio policial).
De todos modos, una de las cosas que más me llama la atención de la sesión es cuando nos muestra la secuencia del dentista en "La pequeña tienda de los horrores". Por si no la habéis visto, os la resumo: Rick Moranis, el protagonista, debe ir al dentista. Pero cuando llega, éste está atendiendo a otro paciente, Bill Murray, que resulta ser un masoquista. El tipo acude al dentista sólo para sufrir y éste, que es un sádico, se ve frustrado, al ver que Murray disfruta con cada una de sus torturas. Acaba echando al paciente y sólo entonces hace pasar a su consulta a Moranis, el protagonista. Lo que vino a decir McKee con este ejemplo es que en comedia, según él, una secuencia puede estar sólo para provocar risas, aunque no aporte gran cosa a la trama. Era el caso del ejemplo. Me sorprendió mucho escuchar esto de labios de uno de estos teóricos del guión, que suelen abogar por lo contrario: ¿qué pensáis vosotros? ¿Es la comedia una excepción a la regla?
Respecto a la realización, McKee señala que, habitualmente, para poder utilizar el lenguaje corporal de los actores cómicos, la comedia suele usar planos generales y una fotografía colorista y luminosa, no excesivamente experimental.
Por la tarde, una disección secuencia a secuencia de "Un pez llamado Wanda". Los feos títulos de crédito nos hacen dudar de la vigencia de la película, pero rápidamente nos metemos en la historia y la disfrutamos como si fuera la primera vez.
Esa noche, de nuevo en el Bairro Alto, probamos los infames gin tonics lisboetas (¿por qué no seguimos el consejo de ese guionista que encontramos en Barajas y nos recomendó huir de ellos y refugiarnos en la caipirinha?) y conocemos a una peluquera española que acaba de grabar un vídeo para su banda de electroporno.
Nos retiramos antes de lo que quisiéramos, porque mañana, pronto, McKee nos espera para hablarnos de amor.

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14.11.09

Lisboa. Día 1


Félix y yo nos hemos venido a Lisboa a ver a Robert McKee, uno de los más célebres gurús del guión. Presenta su nuevo seminario sobre el género. Hoy viernes, el thriller.
McKee nos sorprende con unas reglas algo estrictas, especialmente para los que hagan ruido mientras él habla.
Últimamente, McKee ha estado muy interesado en el Mal. Lleva tiempo estudiándolo, pero no consta que se haya entrevistado aún con Esperanza Aguirre.
Defiende que el mal es inevitable e indisociable de la naturaleza humana. Por la tarde, proyecta y disecciona "Seven". McKee se identifica con el punto de vista sobre la humanidad que tiene en la película el personaje de Morgan Freeman. Dada la imagen que teníamos de este gurú del guión, casi temíamos que se encontrara más cerca del personaje interpretado por Kevin Spacey.
Mc dedica un buen rato a distinguir entre 12 tipos diferentes de thriller, 7 pasos imprescindibles para la escritura de un buen guión de este género y otra docena de convenciones típicas de este tipo de historia.
Sin embargo, a mí lo que más me impresiona es su confesión de que, gracias a la crisis financiera, ha perdido casi todos sus ahorros y, aunque tenía pensado retirarse el año que viene, va a tener que trabajar toda su vida hasta que muera. El hombre, con un físico entre Robert Duvall, Charlton Heston y Brian Cox (que le interpretaba en "Adaptation") sigue estando en forma pero tiene casi setenta años.


La sesión de tarde va a dedicarse casi en exclusiva a la proyección comentada de "Seven", modelo del thriller psicológico actual en opinión de Mc. Según él, el thriller moderno está contado desde el punto de vista de la víctima y en él el villano tiende a ser un sádico, encarnación del Mal, más que un simple ser humano con unas intenciones malvadas.
La proyección resulta más que accidentada: no se escuchan los diálogos de la peli. A cambio, tenemos una amplificación espectacular de la pista de ruidos. Diez personas de la organización observan el reproductor a una distancia prudencial sin ser capaces de resolver el problema. Mientras, McKee, sentado a un lado del escenario parece luchar por controlar su ira.
Finalmente, gracias a un asistente a las sesiones, conseguimos escuchar decentemente la peli. Aquí es donde McKee se luce, con un análisis muy inteligente de la película. Con un gran dominio del escenario (no en vano fue actor en su juventud) el gurú hace una exhibición de inteligencia, ingenio y fortaleza física que nos apabulla.
Posiblemente (seguramente) ninguna de sus opiniones o teorías sobre el cine va a cambiarnos la vida, pero el espectáculo de un hombre de casi setenta años ocupando un escenario, casi siempre en pie, durante doce horas hablando de cine es casi tan épico como el argumento de la película que está comentando.
Apabullados, Félix y yo nos volvemos al Bairro Alto a cenar algo. Mañana será el día de las historias de amor. La peli comentada será "Los puentes de Madison" (por cierto, recuerdo un fin de semana que viajé a Pamplona en bus, hace ya unos años. Pusieron esta película a la ida y a la vuelta. Lloré. En el bus. A la ida y a la vuelta).

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12.11.09

Precisamente porque no suelo estar de acuerdo con este hombre, me llama la atención poder suscribir casi todo lo que escribe esta vez.

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1.11.09

El día de la arena