14.9.09

Yo soy Bea. Una autopsia (y 2)

(Perdón por el retraso en publicar esta segunda entrega. No tengo una buena excusa para justificarlo. Pero sí tengo tres malas: playas, termitas y un rodaje.

Ya he escrito dos documentos para este post, dos versiones diferentes. Ambas han acabado en la basura. Una era mala y larga. En la otra había un ficticio y estresado directivo de Telecinco mesándose los cabellos en su despacho del edificio de la autovía de Fuencarral a Alcobendas. Va en serio.

Espero que esta tercera versión esté mejor.)














Al acabar el anterior post me refería a un personaje veterano que salvó la serie y nuestros sueldos. Los que seguíais la serie (o la escribíais, cosa que no tiene nada que ver, por cierto) sabéis que me refiero a Diego de la Vega, el malvado que, a lo largo de esta temporada, descubrió que tenía un corazón que no sólo servía para bombear sangre oxigenada por sus venas y/o arterias, sino también para sentir cierto tipo de empatía por otros seres vivos.

Dos matices que no cabían en la última frase del anterior post si quería que enganchara a lectores para esta segunda entrega.

1 – la serie no sólo la salvó Diego de la Vega, a esas alturas muchos personajes ya habían tenido (e iban a tener a partir de entonces) tramas que interesaron a los espectadores. Me acuerdo por ejemplo de Chali, la vulgar peluquera, y su historia de amor con el banquero Echegaray, que acabaría cediéndole parte de su herencia, de la enrevesada historia de amor de Nacho y Cayetana, o de la trama de Richard, descubriendo que es padre de un energúmeno adolescente, fruto de su único polvo heterosexual con una mujer disfrazada de Jackie Kennedy… éstas son sólo las primeras que me vienen a la mente. Pero hubo docenas de tramas memorables, con otros personajes como Benito, Noelia, Olarte...

2 – La frase final del post anterior, también podía hacer creer que la historia de Diego se nos ocurrió a los guionistas como manera de salvar la serie cuando la audiencia nos daba la espalda. No es así. Esa trama estuvo desde siempre pensada como una de las importantes de esta “segunda temporada” pero no pudimos empezar a contarla hasta que el personaje regresara de sus vacaciones y el actor saliera de la cárcel. (Bueno, es al revés, pero así queda más divertido).

Eso sí, pese a ambos matices, lo cierto es que la trama de amor entre ese ser asocial y habitualmente odioso y Adriana, la mensajera que entraba a trabajar en la revista, consiguió convertirse en el centro romántico de la serie. Adriana, por cierto, estuvo a punto de ser una emigrante que enviaba gran parte de sus ingresos a su familia en Sudamérica - esto hacía más verosímil que compartiera piso y alquilara incluso el sofá por turnos. Sin embargo la idea se desechó al cabo de un tiempo – creo recordar que por cierto miedo de la cadena a dar tanto protagonismo a una actriz extranjera. Inicialmente esto nos pareció algo que afectaba muy gravemente a la trama, que la haría vulgar y casi increíble. Unas pocas horas después ya no nos acordábamos de que Adriana iba a ser sudamericana. Ahora era una casi delincuente, con padre delincuente del todo, nacida, por supuesto, en algún punto de la península que ahora mismo no recuerdo pero, eso sí, con un impresionante dominio de los bailes caribeños.

Fuera con una mujer caribeña o con una chica manchega, nuestras “queridas y exigentes locas” de los foros por fin tenían una historia de amor a la que hincarle el diente. Poco a poco, una chica corriente iba ablandando el corazón de un energúmeno, que, en el fondo, acababa resultando mucho más tierno que ningún otro personaje de la serie. Nuestras espectadoras empezaron a crear sus ligas de apoyo a la pareja y de odio a cualquiera que se interpusiera entre ambos enamorados (me hizo especial gracia lo poco que tardó en aparecer un grupo de espectadoras dispuestas a despellejar a un pobre actor secundario que cometía la osadía de intentar ligar con Adriana).

El caso es que las cosas empezaron a ir mejor. Pese a que la cadena nos cambiaba de horario con cierta frecuencia, como para intentar pillar desprevenida a la audiencia y al tipo que pasa a limpio la programación televisiva en los periódicos. Como decía en el anterior post sobre otras decisiones de las altas esferas, cuando eres guionista de base tampoco sabes cuáles son los motivos reales de esos cambios de horario: ¿confían tanto en la serie que la cambian para intentar perjudicar a programas de la competencia? ¿O tienen tan poca fe en ella que subordinan su horario al de cualquier otro programa, por el que apuestan más fervientemente?

Los guionistas no sabíamos las respuestas a estas preguntas. Tampoco los espectadores. Ni el pobre hombre que pasa a limpio la programación televisiva en los periódicos. Esperemos que al menos quien decidía esos cambios de horario en Telecinco supiera los motivos. Esperemos también que ese alguien no fuera un mono con un par de dados. Lo que los guionistas sí sabíamos es que en cada cambio de horario hay espectadores que se quedan. Y cuesta mucho trabajo recuperarlos.

Como decía, la historia de Diego y Adriana fue convirtiéndose en la trama romántica de la serie y, poco a poco, fue ganando importancia, es decir, minutos y secuencias por episodio. Digo poco a poco, porque nos encontramos aquí con cierta resistencia, sobre todo por parte de la cadena, que seguía atada a la idea de que Be era la heredera de la antigua Bea y sus tramas debían ser las más importantes, las que ocuparan más tiempo y a la que se le reservaran la mayoría de los finales de episodio. Como ya adelanté, aquí jugó en nuestra contra el empeño en conservar el antiguo nombre de la serie: Be era la nueva Bea y debía ser la protagonista. La cadena, y particularmente su página web, resultaron lentas y rígidas para adaptarse a la nueva realidad. Una serie, y especialmente una diaria, es casi un ser vivo, como un gusano o un cangrejo o un piojo… (bueno, creo que ya habéis captado el símil). Ver que, mientras las fans cuelgan fotos de Diego en toalla en sus foros, la web de la serie presenta como “el galán de la serie” a un personaje que se fue de la misma hace 40 episodios no acaba de ser un ejemplo de dinamismo.

Sin llegar, evidentemente, al éxito de la historia entre Bea y Álvaro (ambas son incomparables) la trama de Diego y Adriana, con un tono muy poco habitual en la telenovela, más cómico y surrealista, fue un gran éxito. A nuestra audiencia le enganchaba, a pesar de la diferencia de edad, de lo atípico del tono de la trama o de que ni Miguel Hermoso ni Rocío Peláez dan exactamente el tipo de galán y heroína.

Fueron los mejores tiempos de esta segunda parte de Bea. Especialmente memorable fue ver a Diego de la Vega imitando el canto de una ballena en un restaurante repleto de gente, fingiendo ante Adriana, para enamorarla, que él también era un aventurero que había recorrido el mundo.

Paradójicamente, uno de los personajes más favorecidos por los cambios fue el de Be. Al no tener que llevar el peso de la trama sentimental, los guionistas pudimos desarrollar su drama familiar. Fue entonces cuando ahondamos más en la relación de Be con su odiosa madre, que tenía un amargo secreto que guardar. Más tarde apareció este secreto: Ángel, un hijo secreto, resentido y ambicioso, pero con ciertos atisbos de tener buen corazón.

Sin embargo, nada dura para siempre, y menos en una serie diaria. La trama de amor entre Diego y Adriana comenzó a dar signos de agotamiento: mantener separada durante cientos de episodios a una pareja apasionadamente enamorada es todo un reto. Después de meses enfrentados por diferencias de caracteres, malentendidos y entornos antagónicos, resultaba un esfuerzo titánico alejar a dos seres que podrían arreglarlo todo echando un polvo y olvidando de una vez todos esos agravios que se empeñan en recordar. Necesitábamos algo suficientemente grave para mantener a la pareja separada.

Para ello utilizamos al padre de Adriana, Claudio, un timador de poca monta insuficientemente rehabilitado, personaje creado para actuar como cuña entre la pareja. En el último momento, Adriana se vería obligada a elegir entre su amor por Diego y su fidelidad a su padre. Como buena protagonista de telenovela, con la misma afición por sufrir que muchas de sus espectadoras, Adriana elige a su padre y delinque para salvarle de la muerte. El delito que comete la separará de Diego definitivamente (lo cual, en una serie diaria puede equivaler a un par de meses). Este delito fue el robo de las célebres joyas Kaufmann que, en algún momento, por miopía, fallo de dicción o errata en un guión, acabaron llamándose joyas Kaussman.

Aunque fue creada con la finalidad que he contado, esta trama acabó implicando a muchos más personajes: Alicia y Ángel encargaban el robo, Chali era acusada injustamente del delito que habían cometido, amenazados, Adriana y Claudio. En resumen, durante muchas semanas las tramas de casi todos los personajes tenían que ver con el robo y sus consecuencias.

Además, aprovechando las graves consecuencias que el robo tenían para la revista, los guionistas íbamos a poder acercarnos a lo que queríamos hacer con la serie: una soap opera. Como ya expliqué en la anterior entrega de este post, la soap opera se basa en un universo estable, muy frecuentemente un barrio, en el que se solapan historias de diversos personajes. En nuestro caso, la nueva propietaria de Bulevar, la malvada Alicia Echegaray, nos ayudaba, despidiendo a los empleados de la revista, que se esparcían por un barrio imaginario, ampliando así el universo de la serie. A partir de ese momento, no nos veríamos obligados a situar todas nuestras historias en un único lugar: la sede de la revista, gracias a la malvada jefa de Bulevar, contaríamos con un restaurante de barrio regentado por la Chali y con una agencia de representacion artística llevada por Diego y Richard.


Este cambio funcionó de manera bastante suave. Sin embargo, en toda esta larga trama relacionada con las joyas Kaussman hubo algo que no gustó a nuestra audiencia.

Creo que, sin saberlo, habíamos traspasado el límite. Me explico: creo que incluso nuestras espectadoras tenían un umbral de sufrimiento limitado: ver cómo el robo de las joyas amargaba la relación de Diego y Adriana, enturbiaba su boda y amenazaba con envenenar permanentemente su matrimonio era más de lo que podían soportar. La audiencia fue bajando, aunque no fue un declive espectacular. Tal vez fuera un consuelo de tontos pero, casi toda la programación de Telecinco estaba bajo mínimos, sobre todo en la sobremesa y eso nos hacía sentir algo más seguros sobre la continuidad de la serie.

La buena noticia es que, aunque la historia de Diego y Adri fuera perdiendo fieles, para entonces, ya había una nueva historia de amor empezando. Ángel, el hermanastro de Be se iba a enamorar de una modelo provinciana. Las fans, con un preocupante talante masoquista, llevaban ya un tiempo empezando a mostrar debilidad por el ambiguo Ángel. La idea era tratar de redimirle a través del amor, hacerle vivir una transición parecida a la de Diego.

La mala noticia es que… no tuvimos tiempo para contar esa nueva historia.

Hacia las ocho de la tarde, un día que estaba corrigiendo mi escaleta para enviar la versión definitiva, me llamó el coordinador de guiones. “Deja lo que estás haciendo. La serie ha acabado”.

La noticia me dejó K.O. Desde que entré a trabajar en “Yo soy Bea”, lamentaba no tener tiempo para poder hacer otras cosas. Como ir al cine entre semana. Así que me metí a una peli bastante mala en los cines Verdi. No recuerdo cuál era, sólo recuerdo que era mala. Al salir de la sala, sin embargo, seguía teniendo la misma sensación que cuando entré. Me parecía que la decisión de la cadena era injusta: la serie había estado por encima de la media de la cadena prácticamente siempre, pese a todos los cambios de horario.

La media de la cadena es como los "seguros" en el parchís, si estás sobre ella, se supone que nada te puede pasar. Se supone.

Desde fuera, no parecía que la decisión fuera demasiado inteligente: Telecinco todavía no había estrenado “Un golpe de suerte” una serie diaria que podría sustituir a “Yo soy Bea”. Parecía lógico esperar a los resultados de la nueva serie para tomar la decisión de prescindir o no de la antigua.

No sé si esto es lo que pensaron en Telecinco a lo largo de esa noche, pero lo cierto es que a la mañana siguiente nos concedieron una especie de prórroga. Continuamos trabajando aproximadamente un mes más después de aquella tarde, pero la serie nunca se recuperó de ese golpe.

Como Telecinco no tomaba una decisión definitiva sobre la continuidad o no de la serie, los guionistas nos vimos obligados a dividirnos en dos grupos: quienes preparaban un final para la serie y quienes seguían con el desarrollo de la trama, como si nada hubiera pasado. Con limitaciones de tiempo, escenarios y actores utilizables, hicimos el mejor final del que fuimos capaces. Recuerdo esa semana de trabajo como una de las más irónicas (y bonitas) de mi carrera. En una de las salas de la oficina, cuatro guionistas nos divertíamos discutiendo sobre cómo acabar la serie, qué final darle a cada personaje y cómo presentarlo de manera que fuera creíble y a la vez sorprendente, emocionante y, a la vez, factible teniendo en cuenta nuestras condiciones de producción. Los que estábamos en esa especie de “equipo de demolición” queríamos que todo el trabajo que estábamos llevando a cabo durante esa semana no llegara a emitirse jamás, ya que eso significaría que los directivos de Telecinco habían decidido la continuar con la serie. Por otro lado, casi sin querer, le tomábamos cariño a las historias que acabábamos de crear, a esos caminos que estaba inventando para los personajes. Los otros caminos, los que estaba pensando en la habitación de al lado el equipo A de guionistas (el equipo “Trabajemos Como Si Aquí No Hubiera Pasado Nada”)

ya parecían distantes, improbables. Los del “equipo de demolición” no podíamos evitar sentir ciertas ganas de ver esas escenas en la pantalla, aunque verlas significara que uno, para ese momento ya estaríamos en el paro.

Como si quisiera jugar con nuestros nervios, Telecinco decidió conceder una nueva prórroga. El día 10 tomarían una decisión. Parecía lógico, pensamos, tratando de ponernos (ejercicio inútil) en la mente de un directivo de la cadena: “quieren ver qué tal va “Un golpe de suerte”. Si va muy mal, siempre nos tienen a nosotros de colchón. Si va bien, nos cancelan a nosotros.”

Parecía lógico. Por una vez.

Sin embargo, tras dos semanas emitiendo ambas series simultáneamente, los resultados no fueron demasiado concluyentes. Ni “Yo soy Bea” ni “Un golpe de suerte” lograron grandes registros, en parte debido a que la cadena cambió dos veces de horario a ambas series en sólo una semana.

Aunque la diferencia no era espectacular, sí parecía que, en términos generales, “Yo soy Bea” tenía algo más de audiencia que la nueva serie. Por eso, durante los últimos días, hubo ciertas esperanzas de que el día 10, el fijado para la decisión final, Telecinco optara por la continuidad de “Yo soy Bea”. Parecía lo lógico. Así que, tal vez por eso mismo, la cadena decidió lo contrario. Desde ese día, todo el equipo de guionistas de la serie estábamos en el paro. Eso sí, teníamos un montón de fechas libres para irnos de vacaciones.

Cuando volví de las mías, “Un golpe de suerte”, la serie que parecía llamada a sustituirnos y a la que Telecinco había decidido encargar más episodios el mismo día que canceló “Yo soy Bea”, había pasado a emitirse en un canal de la TDT y la petición de nuevos capítulos había sido cancelada. La cadena ahora llenaba su programación de sobremesa con una versión alargada de “Sálvame” en la que Belen Esteban tiene más tiempo para expresar sus opiniones y exteriorizar sus sentimientos.

Ahora mismo, “Sálvame” ha logrado recuperar mucha audiencia para Telecinco y ya es un serio rival para “Amar en tiempos revueltos” de la Primera. Y todo por un precio muy inferior al que cuesta producir una serie de ficción.

Emiten los últimos episodios de “Yo soy Bea” un domingo de agosto y a uno le da cierta pena no haber podido trabajar un poquito más en ellos. Le da pena que el final de una serie que marcó una época en la televisión en España, alcanzando hace poco más de un año un 42 por ciento de audiencia en prime time, fuese escrito entre uno o dos guionistas durante tres tardes, basándose en parte en el trabajo del “equipo de demolición”, mientras el resto de los guionistas trabajábamos en tramas que jamás verán la luz.

Sé que hay cierto tono amargo en este post. Es el sabor que me quedó en los labios cuando “Bea” acabó. Cuando sacamos algunas de las botellas de champán francés con las que se obsequiaban los productores cada vez que la serie alcanzaba más de un 30 por ciento de audiencia y las descorchamos durante la comida de despedida.

Supongo que un médico ve como un fracaso la muerte de cada paciente, por viejo y achacoso que estuviese. A mí me pasa un poco lo mismo con las series. Sin embargo, pasados ya un par de meses, me da la impresión de que la vida de “Yo soy Bea” no ha sido ningún fracaso. Más bien al contrario, han sido tres años de emoción y risas, de historias disparatadas contadas con muy pocos medios, pero también, espero, con cierto talento. La primera etapa fue un éxito de audiencia descomunal, de eso no hay duda pero… creo que tampoco se puede decir que la secuela, esa paradójica “Bea sin Bea” haya sido un fracaso.

Los datos dicen que en ningún lugar del mundo (y se ha intentado continuar “Betty” sin Betty en multitud de países) ha durado tanto la secuela. Nuestro “círculo cuadrado” rodó durante más de 300 episodios. Y su audiencia media fue de un diecisiete por ciento. Podría haber durado más, podríamos haberlo hecho mejor. Seguramente. Pero, desde luego, no creo que hubiéramos podido encontrar a un equipo mejor para intentarlo. Me siento muy orgulloso de haber formado parte de él.


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