1.11.11

Mudanza

Hola a todos, si queréis leer mis posts, publico todos (o casi todos) los lunes, aquí, en Bloguionistas.

30.6.11

Análisis de guiones: "Midnight in Paris" (spoilers)


"Midnight in Paris" ("Medianoche en París"), la última película de Woody Allen, con Owen Wilson, Marion Cotillard y Rachel McAdams entre otros, se ha convertido en una de las sorpresas de la taquilla de esta primavera. Ha conseguido además poner de acuerdo a (gran parte del) público y (una mayor parte aún de la) crítica. Posiblemente desde “Match Point” Allen no conocía un éxito así.

Vamos con el análisis de la película desde el punto de vista del guión. Si lo leéis, no os garantizo que encontréis muchos sentido común pero sí una buena cosecha de spoilers.

Breve resumen

Gil, siguiendo el ejemplo de la Generación Perdida de la que es un gran admirador, quiere ser un novelista bohemio en París. Inez, su prometida, no comparte estos planes. De manera sorprendente, Gil consigue vivir en el París de los años 20. Pero esto le alejará cada vez más de Inez.


Pequeño análisis de la estructura

Detonante de la acción:

Gil y su novia Inez viajan juntos a París poco antes de su boda.

Primer acto:

La visita a la ciudad, las cenas con los padres de Inez y los encuentros con una pareja amiga van mostrando cada vez con mayor claridad las diferencias entre la pareja protagonista.

Mientras él sueña con vivir en París (ciudad que tiene idealizada por su glorioso pasado) y escribir una novela protagonizada por un tipo nostálgico, Inez pretende que se establezcan en Estados Unidos y que Gil siga siendo guionista de películas malas y comerciales.

Primer punto de giro: Gil se pierde de camino al hotel. A medianoche, un vehículo se detiene junto a él. Gil sube y… es trasladado a los años 20. (Minuto 18)

Segundo acto:

Gil se encuentra en su salsa en los años 20. Hace varios viajes nocturnos a la época y conoce a muchos artistas que le inspiran para su obra (Picasso, Hemingway, Dalí, Fitzgerald, Gertrude Stein…). También encuentra a la adorable Adriana, una musa de este grupo.

Mientras, la relación de Gil e Inez se va enrareciendo: él prefiere vivir en el pasado y ella no tiene interés alguno en sus extrañas excursiones nocturnas. Cada vez pasan más tiempo separados pero ninguno de los dos parece sufrir por ello: Gil escribe a buen ritmo inspirado por sus nuevos amigos mientras Inez dedica el tiempo a salir a bailar con Paul, al que ella, inexplicablemente, no encuentra pedante.

Gracias a unos diarios que compra a un librero de viejo en el tiempo presente, Gil se entera de que la fascinante y algo elusiva Adriana está(ba) enamorada de él.

Gil vuelve al pasado con un regalo para declarar su amor a Adriana. No le confiesa su secreto (que viene del siglo XXI) y parece decidido a quedarse en los años 20 con ella. Adriana se conmueve y besa a Gil. De pronto, llega un coche de caballos.

Segundo punto de giro: El coche lleva a Adriana y Gil a la Belle Époque parisiense. (Min. 74)

Tercer acto: Se ha repetido el fenómeno. Un nuevo salto al pasado. Adriana, fascinada en esa época, decide quedarse en ella, aunque esto le separe de Gil.

Éste vuelve al presente, asumiendo que es su tiempo, que no puede huir de él. Sin embargo, también sabe que existe un amor más auténtico que el que tienen él e Inez. Rompe con ella. Decide seguir en París y perseguir su sueño de ser escritor.

A medianoche, paseando solo, encuentra a una chica con la que tiene muchos gustos comunes. Se intuye que entre ellos puede surgir el amor.

Protagonista: Gil, guionista de cine con aspiraciones más “artísticas”.

Antagonista: Inez, su novia. Práctica y algo materialista.

Objetivo del protagonista: Vivir una vida de escritor bohemio en un París que ha idealizado. Desarrollar todo su talento.

Aliados: Adriana, Hemingway, Fitzgerald, Gertrude Stein, Dali…

Obstáculos, reveses: Familia de Ines, el pedante Paul, malentendidos, anacronismos, etc.


Mi análisis:

Posiblemente “Midnight in Paris” sea, de las que he analizado aquí, la película de estructura más clara. Aunque hay opiniones para todos los gustos, yo diría que cualquier espectador mínimamente atento coincidiría en que los dos saltos en el tiempo son los dos puntos de giro de la trama, los dos momentos en que todo cambia de manera inesperada.

Evidentemente, que una estructura sea sencilla no quiere decir, ni mucho menos, que la historia sea poco interesante. En este caso pasa, en mi opinión, todo lo contrario.

Tratando de escribir el resumen de esta película me he dado cuenta de que el primer acto es especialmente escaso en hechos dramáticamente importantes. Suele ser un acto de presentación pero… en este caso eso se cumple a rajatabla. Consiste básicamente en una serie de secuencias que nos proporcionan la siguiente información: Gil es un guionista de éxito que sueña con vivir en París e imitar a los novelistas norteamericanos que se instalaron en esa ciudad en los 20. Ines, su novia, no comparte ninguna de esas ilusiones. Lo mismo ocurre con todos los demás personajes del entorno de la pareja, que parecen ver a Gil como un bicho raro, nostálgico y poco práctico.

Cuando suenan las campanas de la medianoche, como en algunos cuentos, se hace realidad el sueño de Gil: viaja a los años 20 y se codea con los artistas que idolatra.

El segundo acto es, principalmente, el sueño de Gil hecho realidad. Rodeado de artistas que aprecian su trabajo y de una maravillosa mujer que le quiere, Gil parece decidido a huir hacia atrás en el tiempo. Pese a parecer imposible, su objetivo, vivir como un escritor de los años 20 en París está a punto de hacerse realidad. Aún sin romper explícitamente, Gil parece decidirse por abandonar a Inez. Opta por Adriana.

Todo parece positivo para Gil en este instante. Sin embargo, llega un nuevo giro: el salto a la Belle Époque, el periodo histórico preferido por Adriana hace que ésta opte por permanecer en esta época.

En la escena clave del Moulin Rouge, Gil se da cuenta de algo que siempre había preferido ignorar: la vida es siempre insatisfactoria, cualquier periodo de tiempo es triste o aburrido si lo comparamos con los mundos irreales que forja nuestra imaginación. Su tiempo es el siglo XXI, por prosaico que le parezca.

Abandonado por Adriana, resgresa a su siglo, pero ya no es el mismo Gil. Por primera vez en la película, toma la iniciativa, de manera valiente y adulta: deja a Inez (decisión facilitada por la infidelidad de ella) y decide quedarse en la ciudad. Intentará ser escritor. Seguramente seguirá admirando a los autores del pasado pero ya no deseará ingenuamente vivir en su época.

En cierto modo, la película, como muchas otras, podría verse como la historia de una persona que, finalmente, acaba por tomar las riendas de su vida. Hasta el instante, Gil se ha comportado como un niño soñador y pasivo, arrastrado a una vida que no le gusta por complacer a los demás. En lugar de responder a esas presiones y tratar de establecer su propio espacio de autonomía, Gil se ha refugiado en un mundo nostálgico e ilusivo y, (como casi todos los mundos irreales), perfecto. La realización de su supuesto sueño le hace ser consciente de la falacia de la nostalgia. Al final de la película, Gil tomará decisiones de manera madura, sin engañarse sobre sus consecuencias.

En mi opinión, el guión de “Midnight in Paris” contiene unas cuantas ideas simplemente geniales. El primer giro, siendo divertido, no resulta especialmente original. Todos hemos visto docenas de películas en las que un personaje salta al pasado. Además, el encuentro casual con personajes históricos es siempre fuente de buenos gags.

Los momentos más geniales de la trama, en mi opinión, son otros dos. El primero, cuando, casualmente, entre los libros de un anticuario, el protagonista encuentra una declaración de amor escrita por Adriana. Esa confesión llegada a través de ochenta años de historia surte el efecto de una gran revelación que, además, orienta la acción del protagonista en el presente (hacia el pasado).


El segundo momento, para mí el más genial de la película, es cuando el coche de caballos en el que viajan Adriana y Gil, enamorados, les conduce hasta la Belle Époque. De pronto, con la misma ligereza (y ausencia de justificación dramática, por cierto) con la que se introdujo un giro fantástico que resultaba positivo para el protagonista, se produce uno que le resulta negativo.

Este giro sitúa a Gil ante su propia contradicción. Al tratar de convencer a Adriana para que no se quede en la Belle Époque, el protagonista se da cuenta de lo absurda que era su nostalgia de una época que sólo conoce superficialmente.

Por otra parte, el guión está escrito de una manera muy hábil y aparentemente sencilla. Allen no dedica ni un segundo a explicar la manera en que se realiza el viaje al pasado (nadie dedica una frase al asunto). Basta una simple secuencia muda (la de la tienda de lavadoras o lavandería) para explicar cómo el pasado se desvanece una vez que uno sale de él.

Con la misma sencillez se enuncian los conflictos (las primeras réplicas de la película sirven ya para mostrar el entusiasmo de Gil por París y su pasado y contrastarlo con las reservas de su prometida).

También con sencillez se describe a los personajes. Una réplica sobre un rinoceronte describe a Dalí, un par de explicaciones pedantes, al “amigo” Paul, unos párrafos sobre el valor y la caza, a Hemingway, algunos comentarios nacionalistas, al padre de Inez… Lo esencial, lo diferente, de cada uno de los personajes queda inmediatamente a la vista.


Siento escribir como un hooligan incondicional, pero me resulta difícil encontrar defectos al guión de esta película. Lo voy a intentar en los dos próximos párrafos.

Mis únicas pegas a la historia tienen que ver con los personajes que se oponen a los deseos de Gil. La difícil relación entre el protagonista y su novia, el conflicto principal de la historia, está enunciada de manera muy expresa desde la primera frase de la película. En mi opinión, las diferencias entre ellos están tan marcadas y repetidas que casi resulta imposible verlos como una pareja que está a punto de casarse. Apenas hay gestos de cariño o complicidad. Algo similar ocurre con los padres de Inez, tan opuestos a Gil que llegan a parecer caricaturas y no siempre muy graciosas.

Por otro lado, también es posible que el segundo acto tenga un desarrollo excesivamente superficial, con una sucesión de imposibles cameos de artistas gloriosos. Además, personalmente, nunca acabé de sentir que la historia entre Adriana y Gil tuviera una gran intensidad ni desarrollo. Por esto mismo, la escena del Moulin Rouge me pareció más conmovedora por lo que revelaba sobre Gil que como desgarradora despedida de amantes separados por décadas de historia y preferencias artísticas.

Pese a estas pequeñas pegas, “Midnight in Paris” me parece una maravillosa película y un maravilloso guión. Un ejemplo de escritura ligera pero, a la vez, muy sabia. Una muestra de que la profundidad no implica aburrimiento, de que el humor no obliga a la superficialidad. De que público y crítica no siempre se llevan la contraria. Un ejemplo de lo que sólo puede conseguir un guionista (y director) con mucho oficio y todavía mucho más genio.

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22.6.11

Contar bien para ser escuchado

El otro día leí un artículo de la ministra de Cultura sobre la muerte de Jorge Semprún. Me llamó la atención el título, que no parecía tener demasiado que ver con el contenido. Era: “Contar bien para ser escuchado”. Más allá del texto sobre Semprún, me pareció que se trataba de una frase interesante.

Evidentemente, el problema está en definir ese adverbio (bien). ¿Qué es contar algo bien? ¿Cuándo sabemos que algo está bien contado?

Yo diría que la respuesta está en la propia frase. Algo está bien contado cuando… es escuchado.

Para mí la escritura es un acto de comunicación. Con mayores pretensiones artísticas que la llamada a un colega para preguntarle si se encarga él de parar en la gasolinera a comprar hielo antes de la fiesta, pero, al igual que esta llamada, un acto de comunicación al fin.

Te voy a contar una historia. Vas a escucharla. Y cuando acabe, te sentirás un poco mejor que antes de haberla escuchado. Porque sabrás algo más, porque habrás asistido a una pequeña representación del mundo en hora y media. Porque te habrás emocionado, reído y/o asustado sin levantarte del sofá.

Como parece bastante obvio, una comunicación fracasa cuando… se rompe. Cuando alguien nos cuelga el teléfono en medio de una diatriba, cuando nuestro interlocutor empieza a mirar a los lados en mitad de nuestro relato, mirando chicas escotadas, buscando al camarero, pensando que tal vez pedir huevos rotos con chorizo para cenar puede ser demasiado contundente.

Uno habla para ser escuchado. Escribe para ser leído.

Hay trucos para lograrlo.

Las películas de más éxito suelen conseguir que uno no aparte los ojos de la pantalla. Siempre hay algo impactante en ella: un plano cenital espectacular, un tipo muy fuerte saltando desde un vehículo en marcha, un sorprendente giro de guión, una chica guapa mirándote directamente a los ojos…


Ayer vi “Casino Royale” y creo que apenas había en toda la película un solo plano estático. Todo se movía en la pantalla, para conseguir que fuera el espectador el que no se moviera de su asiento.

Los manuales de guión nos enseñan unas cuantas reglas para conseguir que esa comunicación no se rompa: empatía con el protagonista, enunciación clara de su conflicto, puntos de giro sorprendentes pero no gratuitos, resoluciones positivas pero no artificiales…

Sin embargo, que algo sea fluido o fácil de asimilar por el espectador no siempre es lo que desea el director o guionista. ¿Por qué? Por que de esta manera el espectador no reflexiona realmente sobre lo que está viendo. De hecho, a veces ni siquiera lo llega a ver.

Hace unos años, en un taller de documental, Mercedes Álvarez, la directora de “El cielo gira” nos dijo una frase que se me quedó grabada (aunque no lo suficiente como para citarla literalmente). Vino a decir que ella intentaba mantener (en el montaje) los planos durante un poquito más de tiempo del necesario. Decía que durante los primeros instantes sólo extraemos la información del plano: el chico dice esta frase, la rueda está a punto de salirse de su eje. Sin embargo, según Álvarez, sólo cuando hemos extraído esa información, comenzamos realmente a ver. Esos instantes (tal vez segundos) en los que el plano se mantiene sin una razón evidente son los que llevan al espectador a mirar la imagen con otros ojos. Habiendo extraído ya la información esencial: lo que el chico ha dicho, nos fijamos en su aspecto, en su gesto. Habiendo visto la rueda a punto de salirse del eje, nos fijamos en la carretera, en el dibujo del neumático… empezamos a ver, a pasear la mirada con atención sobre la imagen, buscando tal vez la información que justifique, a nuestro entender, que el director haya decidido mantenerla más tiempo del estrictamente necesario.

Evidentemente, Mercedes Álvarez, con esa intención desafía directamente lo que el espectador espera.

Gran parte del cine de autor tiene intenciones parecidas: romper las expectativas del espectador. En muchos casos, se le pide a éste que sea más paciente y/o activo: es él quien debe buscar una razón para un giro sorprendente (como en “Copia certificada”), para el extraño comportamiento de esa familia griega (“Canino”), es el espectador quien debe asistir a docenas de desplazamientos aparentemente intrascendentes para ir comprendiendo poco a poco cómo es la vida de la protagonista (“Rosetta”), quien debe asistir a las desventuras de un personaje llamativamente antipático (“Greenberg”).


Y, es cierto, desafiar las expectativas del público, obligarle a esperar más tiempo del previsto para obtener una respuesta satisfactoria o… no darle respuesta satisfactoria alguna (los finales abiertos son, por ejemplo, típicos del cine de autor y escasean en el más comercial) es una manera de exigirle, de implicarle en tu película. Es una manera de hacer al espectador consciente de lo dura que es la vida de tu protagonista (“Rosetta”), de lo absurdo que puede ser un relato, de su falsedad, del pacto de lectura que establece con la película en cuanto esta comienza (“Copia certificada”).

Sin embargo, además de ser exigente con el público, es conveniente que el narrador lo sea consigo mismo. Sea lo que sea lo que desea contar, debe hacerlo bien si quiere ser escuchado. Porque cada bostezo, cada espectador que lanza una mirada furtiva al reloj, es un fracaso.

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14.6.11

Mil miradas

Esta mañana me he dedicado a procrastinar. Con un cuaderno y un lápiz en la mano. Iba dibujando cosas, casi siempre copiando fotos.

He abierto una revista y he visto esta foto. (Para los curiosos, parece que es un fotograma de una película de Robert Guédiguian. Para los más curiosos, la película se titula "La ciudad está tranquila").


Así que la he dibujado rápidamente en una esquina del bloc. El resultado ha sido este.


Bien, supongo que cada uno tendréis una opinión sobre mis cualidades como dibujante.

No pienso ganarme la vida como ilustrador, tranquilos.

Pongo la foto y el dibujo para hablar un par de cosas que se me han ocurrido comparándolos.

- El dibujo elimina detalles. Convierte las masas en líneas. Desaparecen los botones de la camisa de él, los cuadros de la de ella, arrugas, sombras, incluso partes de los cuerpos.

- Sin embargo, el dibujo conserva la esencia de la foto: un hombre protege/abraza/consuela a una mujer. También unos cuantos detalles: él es bastante más alto, moreno y va de oscuro. Ella, rubia y viste algo más claro. Ambos están serios. Ella, más triste, él, más consternado.

Inconscientemente, al dibujar, he tomado decisiones sobre cuáles de los detalles de la foto podía y quería reproducir.

En mi opinión, escribir ficción es algo parecido a este proceso.

Al escribir uno decide cuáles son los detalles de la realidad (y no me refiero a la realidad exterior en este caso, sino al relato que pretendo narrar) que uno puede eliminar y cuáles son los imprescindibles (cuales la hacen inteligible, singular o interesante).

Por ejemplo, en el dibujo, parece que decidí (digo "parece" porque, evidentemente, esta no fue una decisión consciente) que no era necesario dibujar uñas en la mano del hombre o cuadros en la camisa de ella. ¿Por qué? No lo sé.

Sin embargo, cada vez que se eliminan detalles de la realidad desaparece una cierta identificación del espectador con lo mostrado y la "obra" resulta más evidentemente "artística", "artificial". Se hace más obvia la existencia de un autor que sitúa ciertos elementos bajo la luz y, en cambio, omite otros. Por ejemplo, un dibujo a lápiz, como una foto en blanco y negro, ya es una obvia estilización de la realidad que prescinde de los colores.

La contrapartida es que, al eliminar los detalles que el artista considera superfluos, tiene mayor libertad para dirigir la mirada del espectador hacia lo que considera importante. Si, siguiendo con mi dibujo como ejemplo, yo hubiera incluido los cuadros en la ropa de ella, las sombras del fondo, etc. tal vez el dibujo hubiera quedado mejor (o no) pero... hubiera quedado menos claro lo que, al parecer, me interesaba de la foto: un hombre grande, vestido de oscuro, protegiendo a una mujer más pequeña y frágil, de claro, fomando un único cuerpo, en medio de ninguna parte.

Mil dibujantes ante esa misma foto hubieran hecho mil dibujos diferentes. Algunos, con gran dominio de la técnica, se habrían ceñido a ella tan precisamente que no sabríamos distinguir apenas su obra de la imagen original. Otros, en cambio, hubieran hecho un dibujo tan abstracto que apenas seríamos capaces de reconocer nada de la foto que les inspiró. Algunos, cambiándolo todo, atraparían la esencia de la imagen. Otros, pese a conservar innumerables detalles, no lo lograrían. El mismo dibujante tendría un día una visión de la foto. Otro día, otra interpretación completamente diferente.

Pienso que lo importante no es si el resultado es bello o no, ni siquiera si se parece a la imagen original o no. Tampoco es especialmente relevante el tiempo que hayamos invertido en hacerlo. Lo único realmente importante es si ese dibujo es nuestro. Si muestra cómo vemos esa foto. Sólo podemos ver esa foto por nuestros propios ojos. Haremos un regalo a los demás si les mostramos nuestra visión.

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31.5.11

Sobre Crematorio (y III)


Yendo al grano, “Crematorio” está simplemente… bien hecha.

Por muchos motivos (estupenda producción, magníficas localizaciones, gran fotografía, acertado cásting...) pero, seguramente, a nosotros los que más nos interesan son los relacionadados con el guión.

- Los episodios son de una duración razonable (unos 50 minutos) para una serie dramática.

- Los personajes, y la trama, son complejos. Se confía en que el espectador sea capaz de entenderlos sin secuencias de explicación o verbalización.

- Ausencia de tramas infantiles o personajes costumbristas, etc. (Evidentemente, no hay nada malo de por sí en estas tramas o personajes, pero introducirlos en "Crematorio" hubiera dado lugar a un "engendro" que intentara gustar a todo el mundo).

- Pese a lo anterior, "Crematorio" es una serie ambientada en nuestro país, en un tiempo y lugar muy definidos. Un tiempo y un lugar que todos (lamentablemente) podemos reconocer pese a que, siguiendo la novela de Chirbes, la mayor parte de la acción se desarrolla en una localidad ficticia de Levante llamada Misent.

- En resumen, ya desde su génesis (la elección de una novela de prestigio), "Crematorio" tiene algo de lo que carece la ficción nacional desde hace demasiado tiempo: voluntad artística. Muchos guionistas, con razón, nos sentimos incapaces de hablar de nosotros o de nuestro trabajo como "arte". Solemos hablar de "oficio". Es una modestia razonable y realista, pero también denota cierta falta de ambición. El cine, o la televisión, pueden ser arte. O algo muy cercano al arte. Si uno piensa en sí mismo como alguien incapaz de alcanzar esas cotas, jamás escribirá "El séptimo sello" o "The Wire". Es mucho más probable que se encuentre poniendo todo su ingenio al servicio de "El Inquilino".

Afortunadamente, los creadores de "Crematorio" fueron ambiciosos.


Como ya decía en el primer post, achacarle defectos a esta serie se parece a buscarle espinillas a la hermana guapa de Claudia Schiffer, pero vamos con ello.

Pequeños defectos de una serie grande

En mi opinión, “Crematorio” peca de cierta excesiva solemnidad. Tal vez por las ganas de separarse de la ficción costumbrista, Sánchez – Cabezudo y su equipo han decidido llenar la serie de personajes hieráticos, reconcentrados y solemnes. Es cierto que la novela de Chirbes daba para hacer esta lectura, pero había otras posibles. En ellas, los personajes no hablarían siempre para que sus palabras fueran esculpidas en piedra. Echo de menos toques de mayor realismo, de naturalidad e incluso de comedia. Incluso “El Padrino”, la referencia más clara de esta serie, está trufada de celebraciones familiares, de conversaciones afectuosas y ritos religiosos. “Crematorio” resulta mucho más fría. Y esto tiene que ver con el siguiente punto…

Todos los personajes son malos. Sí, así es. Excepto un personaje episódico, la cuidadora de la (despiadada) abuela, todo el resto de los personajes parecen regirse principalmente por sus peores instintos. Rubén es ambicioso y despiadado. Su hija, interpretada por Alicia Borrachero, se permite juzgarle pero vive de él. Además, es excesivamente autoritaria con su hija e infiel a su marido. Este es un intelectual supuestamente crítico con Rubén pero… acude a él cuando ve en peligro la concesión de una beca. La nieta de Rubén (Aura Garrido) es caprichosa, vengativa, vaga y aprovechada. No sigo, porque los defectos del mafioso ruso, del corrupto concejal de Urbanismo, del contratista que abandona a su familia por una prostituta, del abogado codicioso o del encargado de hacer los trabajos sucios de Rubén supongo que os los podéis imaginar.


En mi opinión, tan planos como los personajes única e invariablemente buenos lo son los única e invariablemente malos. Una serie en la que todos los personajes tienen intenciones poco confesables resulta así algo fría: no hay con quien identificarse, no hay a quién comprender. Ni siquiera los personajes que están sufriendo (el caso del enamorado de la prostituta rusa, por ejemplo) nos son presentados de manera que empaticemos con ellos. Os pongo como ejemplo una pequeña escena sin demasiada importancia (ojo pequeño espoiler): Bertomeu es ingresado en el hospital tras sufrir un infarto cuando estaba en el calabozo policial. Trata de seducir a un enfermero para que le haga llegar un móvil y un periódico (le están prohibidos ambos). El enfermero se mantiene muy firme pese a que Rubén le hace ofertas económicas exageradamente altas. Por fin, me dije, un hombre íntegro en la serie. Es entonces cuando el enfermero, de pasada, comenta que le encantan los toros. Bertomeu sonríe: ¿le traería lo que quiere a cambio de torear una capea con Enrique Ponce? Unos minutos más tarde, el enfermero trae el móvil y un diario reciente.

Entiendo que esta es una de las intenciones de la serie, mostrar que la corrupción se contagia como una epidemia, que alrededor de toda persona exageradamente rica se extiende un terreno baldío, una tierra de cenizas, en el que arden el amor y las relaciones auténticas, y todas las relaciones pasan a ser transacciones económicas encubiertas con mayor o menor esfuerzo. Sin embargo, opino que “Crematorio” se hubiera beneficiado de permitir entrar un poco más de vida en sus episodios. Y con esto me refiero a elementos que no acudieran únicamente en apoyo de la tesis defendida por sus autores. Es decir, lo que nos ocurre cuando acudimos a una fiesta en un piso del barrio de Salamanca, temiéndonos que todos allá van a ser unos pijos que nos miren por encima del hombro y, quien nos abre la puerta es una maravillosa chica sonriente que, un par de años más tarde, acaba siendo la madre de nuestros hijos mellizos.

Pese a estos pequeños "peros", no puedo dejar de recomendaros que veáis "Crematorio", que acaba de salir en DVD, y os hagáis vuestra propia opinión sobre ella. Será tan respetable como la mía y, seguramente, no necesitaréis tres largos posts para expresarla.

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24.5.11

Sobre Crematorio (II)

La semana pasada, publiqué un apasionado post en el que, básicamente, me limitaba a repetir varias veces, y con diversas fórmulas, que “Crematorio” producida y emitida exclusivamente por Canal Plus era inmensamente superior a (casi) toda la producción nacional de televisión de las últimas décadas.

Ahora, una semana más tarde, os voy a intentar contar porqué.

"Crematorio" es una serie basada en la novela de Rafael Chirbes del mismo título. Me la leí el verano pasado, cuando que se estaba rodando esta serie.


La novela me resultó bastante difícil de leer, ardua y muy discursiva. Ganó el premio nacional de la Crítica en 2007, así que no niego que estuviera bien escrita (tampoco lo aseguraría con demasiado ardor). Algunos capítulos son narrados en tercera persona. Muchos otros, sin embargo, son monólogos interiores del protagonista, Rubén Bertomeu. Si tenéis cierta experiencia en este trabajo (o un poco de sentido común, cosas, por cierto, no siempre coincidentes) imaginaréis que “novela ardua y muy discursiva” y “monólogo interior” no son justo las palabras favoritas del guionista al que le toca adaptar una novela.

Efectivamente, “Crematorio” es una novela llena de pensamientos, de razonamientos, en la que la trama (intrincada, compleja y de largo desarrollo en el tiempo) aparece fugazmente, casi oculta tras inteligentes reflexiones sobre casi cualquier asunto.

Con esfuerzo uno llega a sacar en claro una pequeña línea narrativa: con motivo de la muerte de su hermano Matías, Rubén Bertomeu, poderoso constructor de unos setenta años reflexiona sobre su vida y recuerda cómo eran él y Matías cuando todavía tenían cosas en común. Cada uno escogió un camino diferente: Matías, comprometido ideológicamente, se dedicó a la agricultura ecológica pero sin excesiva constancia ni éxito. Rubén, en cambio, comenzó construyendo edificios con cierta intención social y acabó convertido en un promotor sin escrúpulos, asociado a delincuentes internacionales, inmensamente rico, con una hija que le desprecia, y casado con una mujer mucho más joven que él. Ahora, algunos de sus socios delincuentes empiezan a crearle problemas.


En resumen, la novela de Chirbes trata de ser la historia de la descomposición de la generación que “trajo” la democracia a nuestro país. Y, por lo tanto, un retrato de la corrupción material y moral (¿no van siempre unidas?) de España en los últimos años. Dos hermanos cultos y comprometidos, procedentes de una familia acomodado, acaban sumidos el uno en una especie de abulia intrascendente e improductiva, el otro en la corrupción más descarada y cínica.

La novela arranca, al igual que la serie, el día en que Matías (el hermano “comprometido”) fallece. Este acontecimiento actúa como detonante de las reflexiones de su hermano Rubén. Sin embargo, tal vez por no poder contar con el personaje de Matías para dar una contrarréplica ideológica al discurso de Rubén, Chirbes incluye en la narración también a Federico Brouard, amigo de ambos hermanos, y novelista, que recuerda lo que los tres amigos pensaban en los años setenta, cuando eran aún jóvenes e idealistas.

Sí, resumiendo, “Crematorio” la novela es, en mi opinión, una historia sobre ideales. Tal vez sería mejor decir que es una novela sobre ideales traicionados. En mi opinión, la novela enfatiza demasiado este aspecto. Rubén Bertomeu es un hombre de gran inteligencia y cultura, comprometido con la izquierda y que pasa convertirse en un despiadadísimo constructor y, posteriormente, en un delincuente relacionado con el narcotráfico. El arco del personaje es tan espectacular como, en mi opinión, poco justificado. Hay algo de esquemático y poco verosímil en el enfrentamiento entre estos dos hermanos tan opuestos.

También encuentro bastante inverosímil que el constructor Bertomeu sea un personaje de tanta cultura, alguien que, en su juventud fuera un tipo tan comprometido con la política, con la necesidad de cambiar el mundo por medio de la arquitectura. Las personas reales de esa misma generación que se han enriquecido con la construcción en nuestro país no tienen mucho que ver con ese cínico pero culto Bertomeu que nos describe Chirbes.


(En esta entrevista, entre muchas otras cosas, Chirbes viene a explicar qué intentaba hacer atribuyendo esos monólogos tan elevados al personaje principal: lograr que el lector entendiera y, por lo tanto, se acercara al personaje al que, en principio, más podía detestar).


Bien, llevo folio y medio comentando la novela y aún no he empezado a hablar sobre cómo Jorge Sánchez – Cabezudo y sus coguionistas han llevado a cabo la versión televisiva.

Creo que... lo haré la semana que viene.

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17.5.11

Sobre Crematorio (I)

Son las cuatro de la mañana y acabo de verme cinco episodios seguidos de “Crematorio”, la serie de Canal Plus sobre la novela homónima de Rafael Chirbes. Ya hablé de ello hace unos meses, en este post de respuesta a Chico Santamano. Es demasiado tarde para escribir mis opiniones sobre la serie. Dentro de unas horas, cuando haya dormido un rato, actualizaré este post y contaré algo más interesante y algo menos personal.


Ok. Han pasado unas cuantas horas, ya estoy algo más despierto (no más brillante).

Escribo mis impresiones sobre "Crematorio"

- Es la mejor serie española de los últimos años. Con últimos años, quiero decir dos o tres meses. La única serie comparable la produjo, también Canal Plus, hace poco: "¿Qué fue de Jorge Sanz?".

- Las demás series juegan en otra liga.

- Se llama liga infantil.

- "Crematorio" contra cualquier serie española reciente es como Pau Gasol contra mí. Yo estoy cojo, borracho y con fiebre.

- "Crematorio" contra cualquier serie española reciente es como Andrés Velencoso contra mí. Yo con un ojo hinchado, borracho y con dermatitis facial.

- ¿No podría emitir una cadena privada generalista una serie como "Crematorio"? ¿Por qué? ¿Qué dice esto sobre esas cadenas? ¿Qué dice sobre nosotros y lo que hemos estado viendo en las últimas decadas? ¿Y sobre lo que hemos estado escribiendo?

- "Crematorio" es Strauss Kahn. El resto de las series españolas recientes son la limpiadora del hotel, huyendo por la suite, aterrorizada por lo que se le viene encima.

- Lo que le hace "Crematorio" a cualquier serie española reciente es legalmente perseguible. Ilegal. Obsceno.

- "Crematorio" contra cualquier serie española reciente es como Kasparov contra mí. Yo tengo sueño, he perdido ya la reina y estoy borracho, claro.

- En mi ciudad, contaban de un gitano que robaba a los críos sus relojes y luego les meaba encima. Pues eso.

- Viendo las series a las que nos hemos acostumbrado (series que algunos hemos coescrito, por cierto) sacarle defectos a "Crematorio" es como buscarle puntos negros a la hermana guapa de Claudia Schiffer.

- La próxima semana me dedicaré a ello.

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